martes, 23 de febrero de 2016

El lobito bueno

     





                                                                                                     
"Erase una vez un lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos, y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado",
escribía Goytisolo y cantaba Paco Ibañez, mientras muchos imaginábamos ese maravilloso mundo al revés, que hoy parece ser el real. 






No tengo aún claro quién será el lobito bueno ni el pirata honrado en este cuento que vivimos, pero lo cierto es que no me gusta nada reconocer que, a lo peor, mi hijo tenía razón cuando me dijo con esa chulería de los quince años: "Mamá, por favor, mira el periódico y verás como eres la única boba que dice que robar está mal y se lo cree".

Robar está mal. Lo digo, lo creo y actúo en consecuencia. Y estoy segura de que, en contra de lo que decía Angelito, no soy la única. Pero entiendo que los chavales crean que les contamos milongas. Como si las cantara Paco Ibañez.

Se me antoja infinita la cantidad de principios y normas que procuramos inculcar a nuestros hijos y que parecen absurdos en cuanto empieza el telediario.

Y me siento bastante estúpida cuando, por fin, me animo a escuchar las noticias en familia. Cosa que procuro evitar, en contra de lo que sé que debería hacer, simplemente porque no quiero que mis hijos descubran antes de tiempo tantas cosas malas que se pueden hacer. Y menos que vean quienes están haciendo las grandes cagadas de este pais, (con perdón por el palabro)...¡que aquí los malos son quienes deberían ser los buenos!

Voy a intentar no cambiar ni un poquito mis ideas, aunque reconozco que, egoístamente lo más sencillo sería decir  "bueno hijo haz lo que te parezca, pero que no te pillen nunca, que menuda vergüenza".

Y, como ayuda a mi labor educativa agradecería que la prensa relate algún día el mundo de verdad, ese que habitamos las gentes de bien y en el que los profesores enseñan con ilusión a los alumnos, sin abusar nunca de ellos; los curas pastorean a sus ovejas con esa misma premisa; los hombres protegen a sus familias respetando a la madre de sus hijos, y viceversa; los hijos admiran a sus padres y, durante años, los quieren por encima de todas las cosas. Los príncipes, princesas y toda su familia, mantienen la paz en el reino protegiendo a sus súbditos de todo abuso de poder. Los gobernantes actúan dejando a un lado su interés personal y se dejan la piel intentando gestionar con honradez el bien común y buscando la justicia social. Los famosos son eminencias en lo suyo, bien sea deporte, ciencia, artes o negocios y resultan para todos ejemplo a imitar, aunque no lleguen a ganar una millonada nunca; los ladrones y corruptos son la excepción, vergüenza de sus familias y carne de prisión, de los que no hay que decir mucho más. En los bancos guardamos seguros nuestros ahorros, que tantos años y esfuerzo nos han costado conseguir. Porque, tal como repito cientos de veces a los niños, para ganar dinero hay que trabajar mucho. Mucho, mucho, mucho. Y, a veces, ni así conseguimos juntar demasiado.

Sería maravilloso que la noticia del día empezara con un "hoy, 23 de febrero de 2016, Fulanita y Menganito celebran sus bodas de oro en compañía de toda su familia y muchos amigos recordando entre risas y alguna lagrimita cuántas renuncias les han traído hasta aquí". O, quizá "la compañía WWWW s.a. despide con una gran comida de empresa, a quien durante más de treinta años ha dirigido la compañía con total entrega y dedicación y que hoy, día de su 65 cumpleaños, empieza a disfrutar del merecido descanso que supone la jubilación". O, por qué no, "encuentran en la Sierra de Gredos, un lobito bueno que cuidó las ovejas en los pastos más altos durante una semana, mientras el pastor se recuperaba de una operación de cataratas".

Si se concediera un premio al profesor más querido, al médico más entregado o al trabajador en activo más longevo y esto fuera noticia, ¡cuánto me gustaría ver la tele en familia y cuánto más sencillo me resultaría transmitir mis credos!!

miércoles, 17 de febrero de 2016

Caca, culo, pedo, pis

Seguro que todos recordáis la gracia que nos hacía decir estas palabras prohibidas cuando teníamos cinco o seis años. Incluso los recatadísimos Enrique y Ana cantaban una canción con esta letra.

Decir palabras prohibidas nos hacía gracia. Al oído de un amigo o de un hermano, entre susurros y frases sin sentido. Medio ahogadas por la risa que nos provocaba nombrar lo innombrable,

Y, al llegar la adolescencia, las palabras prohibidas que queríamos decir eran más gordas. Más grandes e importantes, como nos parecía sentirnos al decirlas: "¡Joder!" (se nos quedaba corto el "jopelines" que decíamos ayer), "me cago en...." (el "mecachiss" también resultaba tontorrón). Ya somos mayores y podemos decir PALABROTAS.

Parte del aprendizaje y del crecimiento personal de cada uno ha consistido en atrevernos a decir las palabras prohibidas, entre risas cuando más chicos éramos; a escondidas o sólo con los colegas en la adolescencia. O en saber decir con delicadeza aquellas cosas que hay que decir pero que, sabemos, van herir al otro.

Y, cuando de verdad eres mayor, ya sabes que no eres mejor ni tienes más razón por hablar de modo grosero, por enfatizar tus argumentos con palabras prohibidas y, sobretodo, sabes cuándo y dónde puedes usarlas sin reparo, y cuándo y dónde debes callarlas. Porque puedes quedar como un patán o, lo que es peor, puedes con ellas ofender a alguien.

Escuchando el otro día la parodia del Padrenuestro que se leyó en los Premis Ciutat Barcelona, no pude evitar pensar en qué etapa de desarrollo personal están pasando la autora del por desgracia ya famoso texto, la alcaldesa que consintió e incluso animó y los oyentes que aplaudían felices a quien se había atrevido a decir en alto esas palabras gordas que sabían prohibidas. A más mayores, más gordas las palabras. 

Espero que no se trate de una adolescencia tardía, y que se les pase pronto esta etapa, ahora que han comprobado que pueden decir las mayores barbaridades sin que nadie los meta en la cárcel ni les castigue un ratito mirando a la pared. Ya han llenado su pecho de orgullo y, seguro, se han sentido de verdad importantes por atreverse a ridiculizar en público y entre aplausos al que no se puede defender. Como los abusones del colegio que se ríen del que saben que no les plantará cara,

Quiero confiar en que alcanzarán pronto la madurez que les falta y dejarán de hacer estas patochadas, en primer lugar porque en sus manos están nuestros dineros y el gobierno de muchas de nuestras ciudades, en segundo lugar porque sin poder evitarlo yo, ellos también educan a mis hijos. 
Son referentes públicos, son la "autoridad".
Justo, justo, quienes deberían ser "políticamente correctos" son, en este momento, los más incorrectos no sé en lo político pero sí en lo personal pues intentan dañar allá donde más duele: en los sentimientos y creencias personales más profundas. Como los abusones del colegio.

Y yo no quiero que mis hijos aprendan esto. Yo quiero que aprendan a respetar al otro, incluso a amarlo, más allá de su fe, su ideología política o incluso sus palabras. Quiero que se hagan mayores aprendiendo a defender sus ideas sin levantar la voz por encima de la de nadie, procurando no herir ni ofender al de al lado y, sabiendo siempre que pueden no tener toda la razón sino sólo la seguridad de su razón de hoy, que, quizá, pueda cambiar mañana.


Ana López Baltés