Seguro que todos recordáis la gracia que nos hacía decir estas palabras prohibidas cuando teníamos cinco o seis años. Incluso los recatadísimos Enrique y Ana cantaban una canción con esta letra.
Decir palabras prohibidas nos hacía gracia. Al oído de un amigo o de un hermano, entre susurros y frases sin sentido. Medio ahogadas por la risa que nos provocaba nombrar lo innombrable,
Y, al llegar la adolescencia, las palabras prohibidas que queríamos decir eran más gordas. Más grandes e importantes, como nos parecía sentirnos al decirlas: "¡Joder!" (se nos quedaba corto el "jopelines" que decíamos ayer), "me cago en...." (el "mecachiss" también resultaba tontorrón). Ya somos mayores y podemos decir PALABROTAS.
Parte del aprendizaje y del crecimiento personal de cada uno ha consistido en atrevernos a decir las palabras prohibidas, entre risas cuando más chicos éramos; a escondidas o sólo con los colegas en la adolescencia. O en saber decir con delicadeza aquellas cosas que hay que decir pero que, sabemos, van herir al otro.
Y, cuando de verdad eres mayor, ya sabes que no eres mejor ni tienes más razón por hablar de modo grosero, por enfatizar tus argumentos con palabras prohibidas y, sobretodo, sabes cuándo y dónde puedes usarlas sin reparo, y cuándo y dónde debes callarlas. Porque puedes quedar como un patán o, lo que es peor, puedes con ellas ofender a alguien.
Escuchando el otro día la parodia del Padrenuestro que se leyó en los Premis Ciutat Barcelona, no pude evitar pensar en qué etapa de desarrollo personal están pasando la autora del por desgracia ya famoso texto, la alcaldesa que consintió e incluso animó y los oyentes que aplaudían felices a quien se había atrevido a decir en alto esas palabras gordas que sabían prohibidas. A más mayores, más gordas las palabras.
Espero que no se trate de una adolescencia tardía, y que se les pase pronto esta etapa, ahora que han comprobado que pueden decir las mayores barbaridades sin que nadie los meta en la cárcel ni les castigue un ratito mirando a la pared. Ya han llenado su pecho de orgullo y, seguro, se han sentido de verdad importantes por atreverse a ridiculizar en público y entre aplausos al que no se puede defender. Como los abusones del colegio que se ríen del que saben que no les plantará cara,
Quiero confiar en que alcanzarán pronto la madurez que les falta y dejarán de hacer estas patochadas, en primer lugar porque en sus manos están nuestros dineros y el gobierno de muchas de nuestras ciudades, en segundo lugar porque sin poder evitarlo yo, ellos también educan a mis hijos.
Son referentes públicos, son la "autoridad".
Justo, justo, quienes deberían ser "políticamente correctos" son, en este momento, los más incorrectos no sé en lo político pero sí en lo personal pues intentan dañar allá donde más duele: en los sentimientos y creencias personales más profundas. Como los abusones del colegio.
Y yo no quiero que mis hijos aprendan esto. Yo quiero que aprendan a respetar al otro, incluso a amarlo, más allá de su fe, su ideología política o incluso sus palabras. Quiero que se hagan mayores aprendiendo a defender sus ideas sin levantar la voz por encima de la de nadie, procurando no herir ni ofender al de al lado y, sabiendo siempre que pueden no tener toda la razón sino sólo la seguridad de su razón de hoy, que, quizá, pueda cambiar mañana.
Ana López Baltés
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